lunes, 12 de diciembre de 2016

De neumas y tranvías

Como no me es dado jurar, lo aseguro con toda mi persona. Aseguro que no me mudé junto a mi familia y mis bártulos (libros, discos, instrumentos, archivo…) a una casa con frente a la que es presumiblemente, la única calle de la ciudad que conserva prácticamente intactas de una esquina a la otra, las vías del antiguo tranvía montevideano. 

Tal vez no sea ocioso recordar al lector que he dedicado la mayor parte de mi vida a estudiar, cantar, dirigir y enseñar el canto gregoriano, esa música asombrosa que habla de una realidad metafísica como ninguna otra. Y seguro que tampoco es ocioso observar que esas vías de ida y de vuelta del desaparecido tranvía montevideano, dibujan en hierro el pautado tradicional con que se escribió en los siglos medioevales ese repertorio vocal.

Dos líneas del tranvía trepidaban por ese tendido metálico que día a día atravieso despreocupado, sin tomar conciencia del valor testimonial o hasta arqueológico de esos vestigios que brillan al sol, cuando éste se muestra generoso: la línea 10 y la línea 11. El circuito asignado a ambas era Dársena (actual Monteverde)-Salsipuedes (actual Juan Paullier), en uno y otro sentido (1).


El tranvía 10 por calle 25 de Mayo.

Imagino mi casa añosa viendo pasar el tranvía -durante dieciséis años- a ese ritmo cansino acompañado de ruidos que acaso hacían temblar los vidrios, primero con los colores de la Sociedad “La Comercial” de Montevideo, filial de la empresa británica “The Montevideo United Tramways”, y luego con los colores de AMDET, empresa estatal que la adquirió en 1948, y que sí pude conocer, cuando circulaban por Montevideo los recordados trolleybuses.

Y así siguió siendo durante décadas: curiosos mirando desde las ventanas en balcón bordeadas de ornamentales molduras, típicas de las típicas casa de zaguán montevideanas –que los porteños llaman “casas chorizo”-, los cristaleros que se hacían sentir al paso de los vehículos, hasta que en 1957 el sistema tranviario de Montevideo llegó a su fin.


Vestigios del recorrido del tranvía montevideano.

Exactamente a 60 años de haber pasado el último de estos ciclópeos vehículos frente a mi puerta, (2) quedó el tetragrama tendido a lo largo de la calle que me recuerda todos los días, como si no me quedase claro aún, el lugar de los neumas gregorianos. Casi como una perenne invitación a cantar al Altísimo, quedó el tetragrama metálico sin haber sido tapado por el asfalto, como en el resto de las calles de la ciudad, o aún levantado sin más miramientos.

Y, hecho paradojal, o tal vez no, habida cuenta de que “el mundo es un libro” como enseñaba Borges,(3) aquí ensayó semana tras semana en sus últimos años de vida activa la Schola Cantorum de Montevideo que  hube de fundar junto a un grupo de amigos allá por 1988; institución que devino con los años no solo la primera, sino la única  que existió en el Uruguay dedicada al estudio, práctica y divulgación de esta música, cuya trascendente labor fue reconocida dentro y fuera de fronteras.


IN Gaudeamus en honor de S. Enrique  de Upsala, martirizado hacia el 1150 
(Graduale Aboense, s. XIV)

Hay quien afirmaba que la coincidencia es la forma sutil que utiliza Dios para pasar desapercibido. Me une al tetragrama más de treinta años de existencia, compartidos en familia. Los neumas que lo surcan edificaron mi vida espiritual, haciendo de mis debilidades, fortalezas, mientras me ayudaban a elevar mi mirada más allá de los dinteles y cornisas. Mi voz desde los tetragramas buscó lo inefable sicut incensum in conspectu tuo. (4)

Quiero pensar en el camino de mi vida sobre un largo tetragrama, y he aquí su representación de acero en esas dos vías que tengo frente a mi ventana, signo estampado a fuego en la Ciudad del Hombre de una schola cantorum que está en el recuerdo de quienes la integraron, se formaron en ella y compartieron hostias consagradas al son de esas melodías que no pertenecen al tiempo. Tetragrama por el que transitaron sonidos sagrados y aún transitan en sus ecos perdidos en el éter, en una misteriosa marcha hacia la Ciudad de Dios.

Enrique Merello-Guilleminot




(1) Ver PIENOVI, P. (2008), La Biblia del transporte urbano – 155 años de historia de transporte urbano de Montevideo. Montevideo: Conytriun.
(2) Esto tuvo lugar el 17 de noviembre de 1956. Para saber más ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Tranv%C3%ADas_en_Uruguay
(3) BORGES, J.L. (1952), Del culto de los libros, en Otras Disquisiciones. Buenos Aires: Sur.
(4) Ps. 141,2.

domingo, 15 de mayo de 2016

Canto gregoriano para Tupâ Ñandejára: Una mirada a la práctica y copiado del repertorio gregoriano en la “República Jesuítica” del Paraguay


Ante todo, podría resultar paradójico hablar de etnomusicología cuando el género musical al cual vamos a referirnos –el canto gregoriano- pertenece a un espacio histórico tan lejano al universo y al tiempo latinoamericano. La progresiva endoculturación de todo cuanto constituye una cultura europea moderna y barroca con su ciencia, su arte, su sistema de creencias –la fe cristiana-  en la cosmogonía y cultura de guaraníes y guaranizados se dio sin violencia, por yuxtaposición diría, antes que por sustitución.

Este sistema de relaciones inhibe el aparente carácter forzado o extraño del vínculo entre el latín del gregoriano y el guaraní. No obstante ello, es curioso que el latín y el guaraní compartan en lo etimológico un origen común –la primera, lengua indo-europea y la otra lengua indo-americana, o que la primera era la lengua de intercambio o vehicular en el espacio meditarráneo, y la otra lo fue en un importante región subcontinental. Es necesario recordar que hace 400 años una y otra convivían en la Provincia Jesuítica del Paraguay. En efecto, los habitantes de los 30 pueblos hablaban entre sí y con los pa’is de la Compañía de Jesús en la dulce lengua guaraní, en tanto rezaban y le cantaban a Dios en la lengua de Cicerón.

Es decir que en esa encrucijada de caminos, los que querían conducir al mítico Eldorado, y a la Tierra Sin Mal de los guaraníes, en ese conjunto de ciudades utópicas que dejaron de serlo pues ocuparon un lugar en el tiempo, como reflexionaba Roa Bastos, se cantó junto con la polifonía de su tiempo, el canto gregoriano. Eran enormes dispositivos vocales e instrumentales al servicio de la obra evangelizadora/civilizadora de los misioneros que sonaban en el lenguaje de su tiempo, pero que no le quitaban lugar preferencial al canto gregoriano, repertorio éste que pese a haber sido cuidadosamente restaurado a finales del s. XIX por los monjes benedictinos de Solesmes, hoy por las inclemencias del tiempo, digamos, poco menos que también pasa a la categoría de una música utópica.

Conviene recordar ante todo que en el panorama musical europeo durante el Renacimiento e inmediatamente posterior al mismo, normalmente se tuvo a menos ese repertorio vocal hoy tan justamente valorizado como idóneo portador del texto bíblico, como “Biblia cantada” o “palabra cantada” decir del benedictino francés Eugène Cardine. Claro que el término “gregoriano” no era el de uso en la época que comprende -en lo que concierne a este trabajo-, los años que van de 1609 a 1768; la expresión que lo designaba era "canto llano", vocablo peyorativo que lo confrontaba al carácter figurado de la polifonía reinante, el llamado “canto de órgano”, y el esplendor del barroco musical. Así, como “canto llano” llegó a América, y se hizo oír al son de las campanas que llamaban a los oficios religiosos en las iglesias misioneras y entre el fragante incienso de procesiones multitudinarias.

Cuando se estudia la música que se desarrolló en las misiones jesuíticas del Paraguay, encontrar referencias a la música polifónica e instrumental que allí se practicaba con maestría, es cosa sencilla. Allí tuvo lugar el barroco misional (1) así llamado, producto sorprendente de la inculturación de los usos e instrumentos europeos de la época en la profusa selva latinoamericana. Recientemente la investigación ha focalizado con detalle este tema, particularmente en los últimos años, tras lo que se consideró como el “descubrimiento musical del siglo”, esto es: el hallazgo de más de 5.500 páginas de música copiada y en parte compuesta por los indios chiquitos de las reducciones jesuíticas de Bolivia, a lo que habría que agregarle algunos vestigios musicales procedentes de las reducciones de guaraníes, luego trasladados hacia suelo boliviano, como ya veremos. Sin embargo, las referencias historiográficas al “canto llano” en el enclave misionero que Voltaire denominaba la República Jesuítica del Paraguay”, resultan tangenciales,  seguramente por aquella visión subvaluada de este repertorio, lo que en nada niega su conocimiento y ejecución, que tenía lugar de manera virtuosa como la totalidad de la música consagrada al culto católico a lo largo de esos casi ciento sesenta años de historia misionera. El gregoriano estaba allí, junto al misal o la cruz, parte del rito como el “Dominum vobiscum” del sacerdote.

Consideremos que para el jesuita tirolés Anton Sepp, uno de los más destacados misioneros músicos que actuó en el periodo estudiado, no existía “nada mejor que la nueva música” (SEPP, 1696, p. 203), lo que explica la lateralidad del repertorio gregoriano frente la fuerza avasallante de los estilos musicales en boga.  Y la verdad que pese a que las últimas investigaciones semiológicas y paleográficas han revelado todo el esplendor de ese género vocal enfatizado por el concilio Vaticano II como “el canto propio de la liturgia romana” (Constitución Sacrosanctum Concilium, 116, 4 de diciembre de 1963), y esto en ediciones que  lo presentan con un grado de fidelidad a las fuentes más antiguas realmente pavoroso, (2) una visión excesivamente “académica” de la música desestimaba y casi condenaba al olvido al gregoriano de los guaraníes, acaso como si nunca lo hubieran tenido en sus labios.

UN “ESTADO MUSICAL”

En ese enclave tan largamente referido y ponderado por sus logros civilizatorios, en el plano político, de organización interna, en el plano económico o cultural, donde eran privilegiadas las ciencias, las artes, la arquitectura, la escultura, la  pintura, la danza y la música, en ese  “proyecto anticolonial en la colonia” al decir de Bartomeu Meliá (citado por PETTY, s.d.), la documentación -y comentarios sobre la misma- acerca del rol que el arte de los sonidos y particularmente el canto han jugado en las Misiones jesuíticas del Paraguay, es muy vasta. Aunque no es esto un dato aislado en el panorama hispanoamericano inmediatamente posterior al Descubrimiento: la capacidad musical e interés por este arte de los nativos del Nuevo Mundo es un hecho. Expresa Guillermo Furlong: “Gracias a la singularísima aptitud de los indígenas para la música, ésta tuvo en América, desde California hasta Tierra del Fuego, una aceptación tan brillante como clamorosa, y una vez asentadas las primeras poblaciones, fue la música uno de los elementos que más contribuyeron a su consolidación”. Y agrega que “en las treinta reducciones de guaraníes, la música, así como la vida espiritual, lo fue todo” (FURLONG, 1969, p. 167).

Claro que no solo el gregoriano –o lo que quedaba de él- y la polifonía, eran moneda corriente en los ambientes musicales europeos de los tiempos en que los jesuitas ingresaban a tierras guaraníes. El creciente perfeccionamiento de los instrumentos musicales en el s. XVI, dio lugar asimismo al surgimiento, concomitantemente, de formas musicales e instrumentales nuevas, a la ópera y al ballet.

De izq. a der., y de arriba a abajo: Tromba marina y contrabajo (foto de Plattner);
Arpa de la Iglesia chiquitana de Santa Ana; Trompeta; Órgano de la iglesia de Santa Ana; Violín  
(tomadas de SZARÁN y RUIZ NESTOSA, 1999, N.R).

Entonces, un canto gregoriano “corregido” o “arreglado” según el espíritu tridentino de la Contrarreforma,  el de la llamada “Edición Medicea”, (3) una polifonía normalizada y un barroco en su máximo esplendor, estuvieron a la orden del “sacro experimento” jesuítico, a la hora de echar mano a la música como instrumento evangelizador privilegiado, como antes  lo hicieron en el lugar los franciscanos, quienes habían comprendido el efecto que producía la música en los guaraníes. En efecto, para los pobladores de los treinta pueblos, la música constituía el eje en el que pivoteaba la jornada. Tanto es así, que ese “Estado” selvático jesuítico-guaraní basado en la música constituía para René Fulop-Miller un verdadero Musik-Staat, (FÜLÖP-MILLER, p.325 y ss.), expresión que luego utilizó el investigador jesuita Clement Mc Naspy. (4) Es que la vida del indio se desarrollaba al ritmo de la música desde el alba hasta el crepúsculo, en medio de una verdadera liturgia cotidiana animada en cada reducción por un grupo de entre treinta a cuarenta músicos, entre coristas e instrumentistas de cuerda y de viento, incluyéndose también en esto las danzas y el teatro musical u ópera, (5) megaespectáculos que tenían lugar solo en los días de fiesta: Corpus Christi, Navidad, fiesta del Santo Patrón del pueblo o la visita del obispo o del gobernador.

Podríamos preguntarnos: está bien, los indios misioneros cantaban y tocaban de manera cotidiana, pero ¿cómo lo hacían? La verdad es que resulta evidente que en la “República Jesuítica” se llegaron a conformar los mejores coros y orquestas de su tiempo. En primer lugar, las fuentes subrayan la natural disposición de los guaraníes hacia el arte musical. Por ejemplo, Pierre-François Charlevoix afirmaba que los indios “tienen un oído fino y una singular afición a la armonía”, agregando que “se podría decir que cantan como por instinto, como los pájaros” (CHARLEVOIX, 1757, t. 2, pp. 48 y 74). También José Manuel Peramás evocaba los pájaros, cuando expresaba que los guaraníes “podrían ser comparados a las aves, a las cuales la naturaleza inspira sus melodías” (PERAMÁS, 1793, p. 49).

Sobre el nivel técnico que alcanzaron, los comentarios son unánimes. Anota Francisco Xarque: “Oí algunas de estas músicas y quedé admirado de la puntualidad con que se ajustaban a todas las reglas del arte, en que juzgo que se igualaban a cualquiera de las primeras Catedrales de España”. (6) Sobre esto se expresaba también Mathias Ströbrel quien sostenía que los indios “guardan el compás y el ritmo aún con mayor exactitud que los europeos, y pronuncian los textos latinos con mayor corrección, no obstante su falta de estudios”,  agregando que “estas artes no las deben los paraguayos a ningún español, ni indígena, sino a los jesuitas alemanes, italianos y holandeses, en especial al reverendo padre Antonio Sepp, de la provincia de Alemania Superior; él fue el primero que introdujo las arpas, trompetas, trombones, zampoñas, clarines y el órgano, conquistando con eso un renombre imperecedero”.(7)

De su llegada a Yapeyú remontando el río Uruguay, mientras ejecutaba junto a sus compañeros los diversos instrumentos que traían a bordo, el propio Sepp refiere que los indios, al oírlos, “atraídos por la música, acudían a la ribera y escuchaban complacidos aquellas armonías” (BENITEZ, BOCCIA, RUBIANI et al., 2000,  p. 1679).  En realidad, la acción de Sepp ha sido indudablemente de las más relevantes en la vida musical misionera, aunque fueron numerosos los sacerdotes músicos que tuvieron una presencia destacada en las Misiones jesuíticas, tanto del Paraguay, Chiquitos y Moxos, entre los cuales Domenico Zipoli, sin duda el músico mejor dotado llegado a tierras americanas durante los años en que duró la acción misionera.

EL GREGORIANO EN PARAQUARIA

Es un hecho que la enseñanza del gregoriano era impartida sistemáticamente en cada reducción, lo que llevó a que esta música fuese del conocimiento del guaraní desde su edad más temprana. Anota Charlevoix que “un gusto tan decidido [por la música] supone o indica grandes disposiciones, y es por eso que se ha decidido establecer en cada pueblo una escuela de canto llano y de música.” (CHARLEVOIX, 1757, t. 2, p.74). Por eso no sorprende que el obispo benedictino don Cristóbal de Aresti llegado a territorio misionero en 1631 observara que “Todos los días [los padres] los ocupan en instruirlos en los misterios de nuestra santa fe, doctrina cristiana y todo género de virtud, […] enseñar [a] los niños a leer y a escribir, y todo género de música de canto llano, órgano, chirimías y violines, con que se sirven los templos con mucha devoción, autoridad y reverencia” (O’NEILL y DOMINGUEZ, 2001, p. 3035).

Charlevoix también ofrece la evocadora pintura de una procesión donde no falta el gregoriano:Nada hay comparable a la procesión del Santísimo Sacramento [...]. Se ven allí muy hermosas danzas, y muchas de ellas de más mérito que las de la provincia de Quito; [...] los danzantes llevan trajes muy pulcros y [...] la pompa iguala a la de las mayores ciudades; pero viéndose aquí más decencia y devoción [...]. Se ven revolotear aves de todos colores [...] como si de sí propias hubiesen venido a mezclar sus gorjeos con el canto de los músicos y de todo el pueblo [...]. El gorjeo de los pájaros, el rugido de los leones, el bramido de los tigres, la voz de los músicos y el canto llano del coro, todo se deja oír sin confusión y forma un concierto único” (CHARLEVOIX, 1757, t. 2, pp.76-77).

Las misas solemnizadas por el coro y la orquesta, alternaban el gregoriano y la polifonía. Más precisamente: las piezas del Propio de la misa se debieron cantar con gregoriano, y el Ordinario valiéndose de composiciones polifónicas nuevas, eran acompañadas por un vasto dispositivo instrumental, como ya dijimos. Ese ars celebrandi aplicado a las celebraciones eucarísticas de los guaraníes llenaba de admiración a los visitantes de ultramar, e incluso a los que llegaban de tierras cercanas. En cuanto a la oficiatura y más específicamente la celebración de Vísperas, siguiendo el uso de la época, solían cantarse en forma polifónica los salmos, el himno y el Magnificat, reservándose en general las partes restantes –antífonas, versos, respuestas, el Pater noster- al canto gregoriano.

De manera que no quedan dudas de la práctica de este repertorio en las rojizas tierras del Paraguay, y de su cotidianeidad. Claro que la parafernalia multimediática de las otras artes de la que se valían los misioneros, cautivó de una manera decisiva –para la acción evangelizadora/civilizadora- el corazón de los amerindios, y que como ya  hemos dicho, estaba esto mismo en la preferencia estética del europeo contemporáneo. Sin embargo, el rápido acceso al gregoriano desde la infancia –habida cuenta de su condición monódica- logró que su enseñanza fuera sólidamente cimentada en los treinta pueblos. Y a tal punto, que muchos años después de la decadencia de la experiencia misionera, ese gregoriano adquirido era parte de la enorme herencia de los jesuitas en el Nuevo Mundo, y siguió el derrotero del pueblo que le dio vida con sus labios, en un éxodo que fue ganando el sur en el decurso de los años siguientes.

Un testimonio de esto lo proporcionan las crónicas de viaje de Gisueppe Sallusti publicadas en Roma en 1827. Éste integraba la llamada Misión Muzi, que trajo a Montevideo, Buenos Aires y luego a Chile al Arzobispo Giovanni Muzi, y a su asistente el canónigo Giovanni María Mastai-Ferretti (veintidós años después elevado al papado con el nombre de Pío IX). Allí nos dice: “Mientras permanecimos en Montevideo, el señor don Pedro Juan Antonio Sala, […] invitado […] a cantar misa en sufragio de una persona principal, que había muerto en aquellos días, quedó muy edificado de la religión y verdadera piedad de aquellos buenos indios, los cuales se reunieron en gran número en su capilla con mucha devoción. Después, una parte de ellos, con su libro en la mano, cantó el oficio de difuntos con mucha pausa y apropiado tono. Se cantó después la misa, y los mismos indios, en uno de los libros corales dejados por los Padres Jesuitas, acompañaron al sacerdote con el canto gregoriano, muy bien entonado, como si estuviesen todavía bajo el régimen de aquellos buenos Directores de la Compañía que los había instruido” (SALLUSTI, 1827, t. IV, p. 152). De manera que cincuenta y siete años después del extrañamiento jesuítico, los guaraníes continuaban cantando el gregoriano y de muy buena forma, según la valoración del cronista.

El musicólogo uruguayo Lauro Ayestarán al analizar la música religiosa de su país,  observa que “Después de la restauración solesmense, sabemos muy bien que el canto llano que se conoció y practicó desde el 1400 en adelante, era una suerte de caricatura casi del severo y profundo arte de la Alta Edad Media. Y ese gregoriano, deturpado por las versiones equivocadas de los siglos XVI, XVII y XVIII, fue justamente el que llegó a América durante la conquista y el coloniaje. Además, ya no era popular en su espontaneidad […] y sabemos que sólo en aquellos parajes en que la penetración misionera fue muy intensa, se practicó con profusión” (AYESTARAN, 1953, p. 116). Confirman estas palabras el documento que acabamos de mencionar, en lo concerniente a los amerindios que entonces habitaban la zona central de la actual República Oriental del Uruguay, y concomitantemente a los pueblos del norte de donde estos provenían. Cabe preguntarse ahora dónde están esos “libros corales dejados por los Padres Jesuitas”.

LOS SCRIPTORIA GUARANITICOS

Y si de libros manuscritos se trata, hay que tener en cuenta que la  existencia en el ámbito misionero de escritorios de copiado de música con producciones de alta calidad, es un hecho fuertemente documentado, lo cual se debe aplicar asimismo al repertorio gregoriano. Se trata de una actividad que en otros puntos del continente latinoamericano y en el mismo período colonial, tenía destacados cultores, produciendo copias importantes, tal como se realizaban para los grandes centros catedralicios latinoamericanos, ocupando manos españolas, criollas o de los propios indígenas, y las de estos últimos con tanta o mayor habilidad que los primeros, de lo cual ilustran sobradamente la historiografía como los propios testimonios manuscritos conservados, y se encuentran tanto en México, Colombia, Guatemala, Uruguay como también en la Argentina. Es el caso de los treinta y dos libros corales en pergamino conservados en la Catedral de Bogotá, escritos con preciosa caligrafía por Francisco de Páramo, las colecciones de la Catedral de Sucre (treinta y cuatro enormes libros algunos de hasta 20 kg), los archivos del Convento Seráfico de Tarixa (diecisiete libros), e incluso  la colección manuscrita relevada en Buenos Aires entre 2007 y 2008 por Claudio Morla, Germán Rossi y colaboradores.

Ms. AR-BI 2035 fº3r (España, s. XVII?). 
Museo de Arte Español Enrique Larreta (tomada de Morla, 2010, p. 7).

En cuanto a Chiquitos y Moxos, hay miles de páginas en papel copiadas por los indígenas tanto durante el período misionero como posterior al mismo, ya que esas comunidades se mantuvieron vivas. Dice Bartomeu Meliá: “Cuando […] los jesuitas de Chiquitos al igual que los del Paraguay, miembros todos de la Provincia en latín llamada Paracuaria, tuvieron que salir de sus queridas Reducciones, algunas recientemente fundadas, no se fueron con la música a otra parte” (SZARAN y RUIZ NESTOSA, p. 13). De hecho, seis de las iglesias se mantienen en pie, restauradas por el arquitecto suizo Hans Roth, quien descubrió, además, varios de estos documentos. La colección conocida como Archivo Musical de Chiquitos se conserva en Concepción y consta de más de 5.500 páginas, entre composiciones de Zipoli, Corelli, Vivaldi, y otras muchas anónimas.  Por su parte, el Archivo de San Ignacio de Moxos constituido más recientemente, es asimismo de gran importancia y reúne unas 7.000 páginas, lo que hace un total de 13.000 páginas de todo género, copiadas por los indios Moxos y Chiquitos en las Misiones jesuíticas de Bolivia.

Pero también se encontraron vestigios de la música guaranítica en ese Archivo de Chiquitos. Fue el musicólogo y sacerdote polaco Piotr Nawrot quien en 1999 descubrió un repertorio en lengua guaraní, el cual sin ser significativo por su cantidad (unas 20 páginas) sí lo es por su valor musicológico, por cuanto se trata indudablemente de piezas copiadas en alguno de los treinta pueblos.

Fragmento del repertorio guaranítico, Archivo Musical de Chiquitos
(tomada de NAWROT, 2000b, p. V)

Luego, afirmar que de las Misiones del Río de la Plata no sobrevivió una sola hoja de música” (LANGE, 1991, p. 61), como siempre se dijo, hoy resulta insostenible. Estas piezas descubiertas, junto a los pétreos ángeles músicos del ábside de la iglesia de Trinidad, en la actualidad constituyen fehacientemente el único vestigio material de la música que tenía lugar en el sistema misionero del Paraguay.

¿Qué fue de los libros copiados que sostenían la praxis gregoriana en las misiones de guaraníes?  Ante todo, cabe consignar que copiar música era una actividad estrictamente necesaria dada la escasez de libros impresos. Dice Sepp: “De todos modos debemos copiar estos libros de música para cada una de las reducciones, lo que aquí no presenta ninguna dificultad” (SEPP, 1696, p. 205). También Charlevoix se refería al tenor de esta actividad: “Copian manuscritos muy exactamente, y se ve hoy en Madrid uno muy grande, de mano de indio, que haría honor al mejor copista por la belleza del carácter, y por la exactitud” (CHARLEVOIX, 1757, t. 2, p. 50). Esta facilidad para reproducir en relación a la música, se ha mantenido como una constante a lo largo de la historia de los habitantes de Paraguay, lo cual quien escribe encontrándose en misión docente durante el periodo 2011-2012 en la diócesis de Ciudad del Este (Departamento de Alto Paraná, en la zona septentrional del antiguo territorio misionero (8) pudo constatar empíricamente como cierta, en relación a los descendientes de los antiguos pobladores del lugar.

En la búsqueda de dar respuesta a la cuestión anteriormente planteada, se pudo localizar en los Inventarios de los bienes hallados tras la expulsión de los jesuitas de los Pueblos de Misiones, una referencia al uso de “cueros” (pergaminos) para el copiado de música. En efecto, en el Inventario de los bienes efectuado en 1772, es decir cuatro años después del extrañamiento, en el pueblo de Santo Ángel de la Guarda, con el título “Sto. Ángel de la Guarda Año 1772 Nº2 - Copia de los Autos de la visita obrados por Dn Juan Sánchez Franco, Juez Visitador de la Prov. del Uruguay del Pueblo de Sto. Ángel (…)” documento localizable en el Archivo General de la Nación Argentina, a fojas 66, en la sección  “Aposento Catorce de los Músicos”, se consigna que fueron encontrados entre diversos instrumentos musicales, objetos y muebles, varios Cueros en que tienen sus Cantos y Solfas anotadas.” (9)

Testimonio de la práctica de copiado musical sobre pergaminos en el pueblo
de Santo Ángel  (fotografía del autor).

Y cabe preguntarse:

1º - Si en el lapso comprendido entre la fecha de la expulsión y la del inventario, no habrían otros pergaminos en esa reducción y/o en las otras;
2º - Si el uso de este soporte de escritura no fue un recurso de “emergencia” ante la falta (y costo) del papel, lo cual contradeciría la sobreabundante mención en los mismos inventarios de “papeles de solfa”; y
3º - Si el recurso al pergamino para el copiado de música no constituye sino un hecho aislado y absolutamente excepcional en la vida reduccional guaranítica.

Descontado está que como material, el pergamino históricamente es el soporte propio de la tradición manuscrita gregoriana desde la consolidación de este repertorio vocal hasta incluso el s. XVIII, por lo cual puede inferirse que estos “cantos y solfas” no son sino melodías gregorianas, y que encontrarlos o hallar similares podría finalmente develar el canto gregoriano perdido de la “República Jesuítica del Paraguay”. En este sentido, la localización en suelo uruguayo de un exiguo conjunto de manuscritos, acaso aproxima una respuesta.

Bueno es saber que la transmigración guaraní al Uruguay actual durante el período jesuítico y hasta 1830 aproximadamente, fue de un enorme impacto socio-cultural.  También la diáspora misionera afectó provincias norteñas argentinas, pero al momento no se disponen de referencias bibliográficas que refieran a vestigios de la práctica gregoriana reduccional vinculados a la misma.

MANUSCRITOS GREGORIANOS EN EL URUGUAY

En lo que respecta al Uruguay, una importante parte de su territorio integraba el sistema misionero: esto es el área que comprende mayoritariamente el norte del Río Negro en tanto parte de la estancia de Yapeyú, pueblo distante a unos 100 km. de la  frontera norte del Uruguay actual;  o las tierras dedicadas al pastoreo de ganado conocidas como la “Vaquería del Mar”. Además el vínculo del Uruguay con las misiones jesuíticas del Paraguay es motivo de un riguroso estudio por parte de los especialistas (10) y se expresa por una enorme cantidad de vestigios materiales (11) relevados entre 2006 y 2007 en el marco del PROPIM (Programa Rescate del Patrimonio Indígena Misionero) desarrollado por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República Oriental del Uruguay. La razón de este importante conjunto de objetos se explica concretamente y en primer término por la constante presencia guaranítico-misionera en suelo uruguayo al menos desde la fundación de la estancia de Yapeyú en 1669; silencioso proceso migratorio inicialmente inorgánico, que tuvo lugar sea para atender los puestos de estancias y sus actividades conexas, o participar de empresas bélicas u obras civiles.

En segundo término, se explica por el llamado Éxodo Misionero de 1820, que transmigró desde la costa occidental del Uruguay a la entonces Provincia Oriental (12) más de 7.000 indígenas, lo que constituye “realmente un acontecimiento demográfico de alto impacto y potentes consecuencias a lo largo del tiempo”, en expresiones del historiador uruguayo Oscar Padrón Favre (2008).

Y finalmente, otro aporte poblacional significativo tuvo lugar en ocasión del Éxodo Misionero de 1828-1829, cuando bajo el mando del Gral. Fructuoso Rivera ingresó al emergente Estado Oriental del Uruguay un contingente de entre 6.000 y 8.000 guaraníes provenientes de las Misiones Orientales, dando lugar a asentamientos urbanos nuevos como Santa Rosa del Cuareim (actualmente ciudad de Bella Unión) o San Francisco de Borja del Yi.

El Éxodo misionero sobre el territorio del Uruguay actual (mapa del autor).

Por tanto, la presencia en ese país de un conjunto interesante de documentos musicales en pergamino acaso similares a los “cueros” con música hallados en la reducción de Santo Ángel podría estar vinculada a los Éxodos Misioneros de 1820 y 1828-1829. Estos documentos son:

-        Fragmentos de un Graduale, ms. Montevideo 1 (Mvd. 1), conservados en colecciones privadas de Montevideo. Se trata de cuatro folios dispersos de gran formato en notación cuadrada y escritura humanistica tipográfica, de los que se tomó conocimiento en 1991.

Ms. Mvd 1, fº13r, OF Tui sunt caeli

-        Fragmentos de un Antiphonale, ms. Montevideo 2 (Mvd. 2), conservados en el Archivo de la Schola Cantorum de Montevideo, un bifolio también de gran formato, en notación cuadrada y escritura en gótica rotunda, recuperado de un anticuario montevideano en el 2001.

Ms. Mvd 2 fº77v, Ant. Tu autem y Ant. Iesus autem.

-        Un Antiphonale  ms. San Miguel (SM), conservado en la Iglesia de San Miguel Garicoits de Montevideo,  un libro de coro incompleto de 201 folios de gran formato en notación cuadrada y texto en gótica rotunda que conserva su encuadernación en tablas.

Ms. SM  fº 102v,  Resp. Locutus est Dominus ad Moysen

-        Un Antiphonale-Graduale, ms. Biblioteca Nacional del Uruguay (BNU), conservado en la misma, libro también de gran formato, encuadernado en tablas forradas de piel, en regular estado de conservación por numerosas mutilaciones y escisiones, en notación musical cuadrada y texto en gótica rotunda.
   
Ms. BNU  fº42r,  Ant. In illa die

Si se pudiera confirmar que uno de ellos –aunque más no fuera-, fue producido en algún scriptorium  del área jesuítico-misionera, podría “llenarse” el vacío documental sobre el canto gregoriano que se entonaba en los treinta pueblos, lo que los vincularía con esos “libros corales dejados por los Padres Jesuitas” de la crónica de Sallusti, en el caso que éstos hayan sido libros manuscritos. (13)

CONCLUSIONES

Entonces:

1º - ¿Puede ser sometida a duda que la  práctica del gregoriano en las reducciones del Paraguay fue constante y de gran calidad? La falta de mayores elementos testimoniales de la misma, esto es la “pérdida” del gregoriano guaranítico, es coincidente con el predominio del barroco misional y su estética europea no exenta de las contribuciones locales, al son de instrumentos que los propios indígenas construían y ejecutaban, más los suyos tradicionales, como ya hemos visto.  

2º - ¿Puede ser sometida a duda que el canto gregoriano fue copiado en las misiones jesuíticas del Paraguay por necesidad, ante la escasez de libros impresos, y/o acaso como instrumento pedagógico? Las referencias al copiado de música son abundantes, de lo cual perduran en suelo boliviano algunos ejemplos sobre soporte papel de un repertorio guaranítico original. Por su parte, el testimonio irrefutable de la práctica de copiado sobre soporte pergamináceo, no debiera vincularse a otro repertorio que no sea el gregoriano, por las razones que ya consideramos.

3ª - El hallazgo de inesperados manuscritos gregorianos en el Uruguay lleva a reflexionar acerca del posible vinculo de los mismos con el pueblo guaraní llegado a ese país de manera numerosa: los antecedentes históricos, la historia de vida de estos documentos y sus particularidades paleográficas podrían avalar esta hipótesis, antes de someterlos a una crítica externa valiéndose del concurso de tecnología específica, como ser el análisis químico u óptico de las tintas empleadas, lo que sabemos resulta costoso y complejo.

Confirmar mediante recursos tecnológicos el origen misionero de algunos de ellos sería poner en los oídos del hombre de la post-modernidad, parte de esos ecos lejanos, esto es, cuando las etnias guaraníes y guaranizadas elevaban a Tupã Ñandejára las delicadas melodías gregorianas. Pero también haría patente la tan ponderada calidad de los scriptoria existentes en la “República Jesuítica del Paraguay”, corroborándose en fin, la universalidad histórica de este repertorio vocal copiado y cantado  desde una punta a otra del continente en tanto expresión viva y litúrgica de la fe cristiana que celebra y embellece. Y aunque ninguno de estos documentos presente, como es comprensible, más que un gregoriano tardío, todos ellos contribuyen para que el mapa paleográfico gregoriano, allende el viejo Mare Nostrum de los romanos, sea un mapa universal.


                                                                           Enrique Merello-Guilleminot

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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(1)También barroco latinoamericano o barroco hispano-guaraní (PLÁ, 2006).
(2) En 2011 vio la luz el Graduale Novum Editio Magis Critica Iuxta SC 117: Tomus I: De Dominicis et Festis (Ed. ConBrio/Libreria Editrice Vaticana, 2011), un volumen desde hace mucho tiempo esperado en los círculos especializados que presenta las melodías gregorianas revisadas a partir de las investigaciones más recientes sobre esta materia. Aparte de ello, y siguiendo la modalidad del Graduale Triplex (Solesmes, 1979) que había anticipado el Graduale neumé (Solesmes, 1966) de Cardine, agrega a la escritura cuadrática de uso, la notación rítmica de los scriptoria sangallenses y laoenense. 
(3) La edición patrocinada por el Cardenal de Medicis y publicada entre 1615 y 1616 conocida  como Editio       Medicaea presenta una versión “arreglada” según el entender de la época del  repertorio gregoriano. La misma dio lugar luego un sinnúmero de otras ediciones en uso hasta  entrado el pasado siglo.
(4) MC NASPY, C., Estado musical de las Reducciones, Diario ABC Color (Suplemento Cultural), Asunción, 23 de      junio 1981 (citado por  VILA REDONDO, s.d.).
(5) Tres óperas se conservan de los tiempos de la obra jesuítica en la región, parte del repertorio musical de Chiquitos: San Ignacio, con libreto en castellano, San Francisco Xavier, en lengua chiquitana,  y fragmentos de El Justo y el Pastor, también en lengua chiquitana.
(6) XARQUE, F., Insignes Misioneros de la compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay, Juan Micón, Pamplona, 1687 (citado por FURLONG, 1945, pp. 54-55).
(7) STRÖBREL, M., Carta a un sacerdote de Viena, Buenos Aires (5 de junio de 1729), en Der Neue-Weltbott mit allerhand Nachrichten dern Missionarium Soc. Jesu., Augsbourg & Gratz, 1736 (citado por DUVIOLS y BARREIRO SEGUIER, 1991, p. 146). 
(8) En las cercanías se había fundado en 1624 el pueblo de Natividad de Nuestra Señora del Acaray; y en 1685, a orillas del río Monday, el pueblo de Jesús, ambos de vida efímera.
(9) En Archivo General de la Nación Argentina, División Colonia, Sección Gobierno, Expedientes: Autos, Sumarios, Testimonios (1740· l803), Sala  IX-20-08-07.
(10) RODRIGUEZ y GONZALEZ, 2010, etc.
(11) Entre los cuales, la imagen de la Virgen de los Treinta y tres Orientales, declarada patrona del Uruguay por Juan XXIII en 1961, una talla en cedro americano de origen guaraní-misionero del s. XVIII venerada en la Catedral de Florida.
(12) O Provincia Cisplatina, tras la derrota del Gral. José Artigas, frente a los luso-brasileños que la invadieron y ocuparon entre 1817 y 1828.
(13) Cada una de estas fuentes son examinadas técnicamente en MERELLO-GUILLEMINOT (2015), a la luz de los elementos de diagnosis disponible hasta el momento.