sábado, 19 de julio de 2014

Cantar un cántico nuevo

La abundancia de  coros gregorianos de laicos en  todo el orbe se contrapone a la realidad de la escasa práctica cultual del canto gregoriano.

Un obstáculo que parece determinante a la hora de pretender poner en práctica el gregoriano en un contexto litúrgico tiene que ver con el paulatino abandono del latín en las celebraciones cristianas. La forma de instrumentar en una pastoral que busca hacerse asequible a todos, un tipo de cantilación venerable y venerado sí, por sus valores artísticos y por su sustento doctrinal, pero en un idioma que ya no es el cotidiano, parece un asunto de difícil solución. Desde luego, el canto gregoriano ya es una música histórica; un arco de tiempo de por lo menos 1250 años separa al contemporáneo de su conformación como compendio melódico.

Una cuestión de interpretación del Vaticano II y de su documento específico sobre la liturgia, es decir de la constitución Sacrosanctum Concilium, es la clave de este asunto. Porque si bien en este documento se da pie a la celebración en lengua vernácula, el latín sigue siendo  la lengua litúrgica de la Iglesia católica y concomitantemente, también del gregoriano: “guárdese el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular”, y “la Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana” (1). Por tanto, no puede haber gregoriano que no sea en latín: lo demuestran los primeros testimonios escritos, cuando a falta de una escritura musical más o menos perfeccionada, se escribía el texto de las piezas, el texto latino. Tal el caso de las fuentes del Antiphonale Missarum Sextuplex, entre ellas el Gradual de Corbie, de finales del siglo IX (2).

ECOS MUSICALES DE LA LATINIDAD

El canto gregoriano debe al latín su conformación. El latín, nuestro viejo latín, relacionado evidentemente con una cultura romana y occidental que hace al ser latino con toda una carga de patrimonios comunes, es la materia gregoriana, la base rítmico-verbal de sus melodías. Su acentuación propia y sus cantidades son la misma razón de sus elevaciones y cadencias. Ya enseñaba Marciano Capella en el siglo V que el acento es “el alma de la voz y el germen de la música” (3). Y el acento al que se refiere, evidentemente, no es otro que el acento latino. Aceptar un “gregoriano” sobre una lengua moderna es aceptar una elaboración del gregoriano sobre la base de los ritmos e inflexiones de una lengua diversa, de fonética que difiere conforme a la suerte de su evolución.

Hoy, con la disposición melódica que resulta de la investigación científica, y con un latín fruto de una convención -el latín romano prescrito desde S. Pío X en adelante, a fin de evitar las pronunciaciones nacionales-, este repertorio antiguo es cantado tanto por religiosos como por laicos con una aproximación casi fidedigna a las fuentes y de hecho, permitiendo que la apoyatura gregoriana al culto sea tan viable como actualmente el Ave Maria de Schubert en una boda, o las aclamaciones del Alleluia en cualquier misa, que a nadie se le ocurriría traducir.


Entre los más prestigiosos coros de laicos se cuentan (de izquierda a derecha) 
el Choeur Grégorien de Paris-Voix de Femmes, dir. Olga Roudakova (Francia), 
Vox Clamantis, dir Iaan-Eik Tulve(Estonia), 
Mediae Aetatis Sodalicium, dir. Nino Albarosa (Italia) o la Schola Antiqua, 
dir. Juan Carlos Asensio (España).

Música histórica, el gregoriano rebasa la categoría museológica en tanto se hace verdadero acto y código de lenguaje en las comunidades de fe que lo practican como instrumento para la alabanza divina, y en los coros gregorianos que lo presentan como obra magistral del arte. Y se hace novedad perenne, como parece siempre novedosa toda creación musical incorporada por mérito propio al restringido catálogo de lo clásico.

                                                        Enrique MERELLO-GUILLEMINOT


                                                                     

(1) Cf. Sacrosanctum Concilium, N° 36 & N° 116 (4 de diciembre de 1963).
(2) Editado por dom René-Jean HESBERT (Vromant et Cie., Bruxelles-Paris, 1935), la obra reúne el conjunto de piezas de más antigua  tradición, según los graduales de Compiègne, Rheinau, Mont-Blandin, Corbie,  Senlis y el cantatorium de Monza.
(3) Citado por dom Daniel SAULNIER: Le chant grégorien, p. 31 (Centre Culturel de l’Ouest, France, 1996)