lunes, 6 de enero de 2014

La música del silencio

Ausculta es la palabra con que S. Benito de Nurcia  principia su Regula monachorum; se trata de un “escucha” nacido del silencio contemplativo, una de las claves para concebir en su justo tono  y espiritualidad, las melodías del repertorio  gregoriano.

A la entrada de uno de los jardines de la abadía de Solesmes, en un entorno de flores y de verdor, crecidos a orillas del Sarthe, un monje de piedra invita al visitante al silencio. Para el hombre de fe, sin este silencio no habría dialogo con el Creador ni luego, tampoco canto litúrgico. Y no tanto en relación con aquella reflexión de Boecio: “quien llega al fondo de sí mismo sabe lo que es la música,” como a la música del silencio; es el Audi Israel, la Šemá de la piedad judía, la lectura que resuena en el oficio de Completas de los sábados.

Sin embargo, este silencio del que emerge el gregoriano, no es privativo de los religiosos o religiosas. Desde Crodegango, este canto se relaciona al clero secular y a los técnicos de la  schola cantorum, y hoy su universalidad trasciende claustros, doctrinas, confesiones y felizmente también las edades, aunque el conocimiento masivo no deje de asociarlo a los monjes, los principales artífices de su restauración, o aún a tiempos más antiguos.
 
Los fieles en oración, un momento de silencio...o de escucha atenta del introito
antes de iniciar la misa (Saint- Michel Abbey, Farnborough)
 
Fruto de ello, para referirnos a aquel emblemático monasterio francés, fueron las cinco conferencias que en agosto de 1976 ofreció dom Jacques Hourlier (+1984) a un grupo de jóvenes enamorados del canto gregoriano. El rico contenido de las mismas emanado de un saber vivo, engarzado en la experiencia de oración de toda una vida, fue recogido en el libro Entretiens sur la spiritualité du chant grégorien (Solesmes, 1985).  Allí, enseñanza, oración y vida, son presentadas como características con-naturales al gregoriano, (1) acaso relacionadas con las enunciadas por  Pío X: bondad de formas, santidad, pobreza.

UN CAMINO ESPIRITUAL

En su libro, dom Hourlier afirma que el gregoriano “expresa una lectura de la Escritura y los Padres hecha por la tradición de la Iglesia”, constituyéndose así en “un lugar teológico que proporciona al texto cantado una significación propia”. Esta cualidad suscita la segunda característica, esta necesidad del hombre o la mujer de fe de cantar la Palabra, devolviéndola, por así decirlo, hecha música. ¿Y no hace este carácter cíclico de la liturgia cristiana, desde el Adviento a la Pascua, su trabajo de renovación de la vida misma de quien lo practica con la adecuada disposición? (2)

Si concebimos la estética musical como la ciencia de lo bello aplicado al arte de los sonidos, si el canto dicho gregoriano es un arte vocal, y  queremos aproximarnos a la estética gregoriana, debiéramos pues analizar la clase de belleza de esta música vocal, una clase de música de la belleza por definición, reconocido el Ser superior como el bien y la belleza supremos.

Y si la música, como el arte todo, abreva en la naturaleza, y ésta se expresa en el silencio en tanto devenir armonioso y constante de la vida y de las cosas, concluimos que el silencio es el instrumento específico de este canto religioso, camino espiritual para expresarse en un tono de despojamiento ante la Belleza inmarcesible. Llamado del silencio más que saludable en el tránsito cotidiano por estos paisajes sonoros, hoy domeñados por la polución.

                                                                       Enrique Merello-Guilleminot


(1) Op. cit., pp. 8-16.
(2) Inclusive, se ha llegado a afirmar sin ambages que  “el gregoriano no sana, sino que salva.” (cf. TOMATIS, Alfred: Pourquoi Mozart?, p. 122, Ed. Fixot, 1991)