jueves, 7 de junio de 2012

Panorama del canto gregoriano en el Uruguay

Panorama del canto gregoriano en el Uruguay

Cuando Pío X definió como una característica intrínseca del canto gregoriano la universalidad, quería referirse a que este repertorio es, por sus valores artísticos y espirituales, apto para pueblos y naciones de todo lugar y de todo tiempo.

Las presentes líneas constituyen una confirmación histórica de este aserto, en lo que tiene que ver con la práctica en el Uruguay, de esta tradición vocal religiosa. En efecto, este género musical venido del Medioevo europeo y vinculado al papa Gregorio I el Grande, se practica de manera más o menos constante, al menos desde los tiempos inmediatamente previos a la Independencia oriental, según confirma la documentación disponible.

LOS SIGLOS XVIII Y XIX

De 1824 data la primera referencia a la tradición gregoriana vernácula hecha por José Sallusti, secretario de la Misión Apostólica Muzi, que también integraba  el Canónigo Giovanni Mastai Ferretti, luego elevado a la Cátedra de S. Pedro con el nombre de Pío IX. En sus crónicas se da cuenta de que en “un pequeño pueblo de indios llamado Durazno” se celebraba misa “con el canto gregoriano muy bien entonado” por los propios indígenas. A lo que  el mismo cronista agrega: “como si estuviesen todavía bajo el régimen de aquellos buenos Directores de la Compañía que los habían instruido" (1). Por cierto, estos indígenas no eran sino los guaraníes provenientes de los pueblos misioneros del norte que, en su diáspora luego de la expulsión de la Compañía de Jesús de España y los territorios de ultramar en 1767, se establecieron en importante número en territorio uruguayo, y particularmente en esa zona central del Uruguay.

Por lo demás, testimonios escritos encontrados en estancias de la campaña uruguaya en años recientes acaso confirmen esta práctica gregoriana misionera en territorio oriental; curiosos códices dispersos, como los Gradual y Antifonario  Montevideo (2), o quizá también los que se conservan en la Biblioteca Nacional del Uruguay o en la Parroquia S. Miguel Garicoits de Montevideo, atestiguarían en su tipo de escritura cuadrática rigurosamente fiel a una edición impresa de época, la posible existencia de scriptoria de copiado -y concomitantemente de centros de práctica gregoriana- de origen guaranítico-misionero de alta calidad y extensión en el tiempo. La transmigración misionera supuso no sólo la incorporación de un contingente demográfico considerable, sino también la incorporación de su patrimonio cultural, materialmente expresado en los objetos de uso que llevaron consigo: campanas, estatuaria, elementos litúrgicos, libros de registro... y considerando la naturaleza “musical” de la sociedad de donde provenían, también sus libros de coro (3). 

En Montevideo entretanto, y desde su proceso fundacional, el conocimiento y práctica del gregoriano, se confirma mediante los libros supervivientes a la Tercera Orden franciscana  que tenía sede en la Iglesia de San Francisco, y su valioso archivo musical, el más importante del país.  Este archivo, descubierto en 1949, reúne un  total de 194 piezas de los siglos XVIII y XIX –incluyendo la Misa para Día de Difuntos de Fray Manuel de Ubeda, fechada en 1802, y considerada la primera composición culta del Río de la Plata- ilustrativas del panorama musical  religioso durante el período colonial y del Uruguay de las primeras décadas de su vida independiente. De los libros existentes, se destaca un Missale Romanum impreso en Madrid en 1797, según el gregoriano residual de la llamada edición Medicæa, entonces el único conocido (4).

Missale Romanum (Archivo San Francisco)

El archivo musical, por su parte,  permite tomar contacto con los manuscritos anónimos de dos Misas de Cantollano para voz y órgano (5), una de ellas incompleta, que ni por su notación figurada, su ritmo medido y su tonalidad moderna, pueden vincularse con el canto gregoriano auténtico. Pero de su análisis de conjunto, se puede inferir cómo era la práctica musical religiosa de esos tiempos, constituyendo “un índice de posibilidades de la música religiosa uruguaya en todo el siglo XIX” al decir de Lauro Ayestarán (6): que los músicos en la naciente iglesia del Uruguay interpretaban en instrumentos europeos, cantaban polifonía, música popular religiosa, e incluso se lanzaban a la incierta aventura de la creación musical, desde la tradición litúrgica romana, y sus formas musicales más reconocidas.

EL SIGLO XX

Dispersos los amerindios del  Uruguay a mediados del siglo XIX, el país recibió en cambio una fuerte corriente inmigratoria, principalmente de los países mediterráneos, que dio a la joven nación un perfil propio. Esto puede explicar la buena receptividad en estas tierras a manifestaciones culturales tan típicamente europeas como el canto gregoriano, y aún el hecho de que, en el cambio de siglo, algunos  sacerdotes se dedicaran a su estudio, con especial dedicación e interés, conforme comenzaban conocerse las investigaciones llevadas adelante por los monjes de la Abadía Saint-Pierre de Solesmes (Francia) (7). 

El celo puesto en esta materia por los sacerdotes de la Sociedad de S. Francisco de Sales, cobró notoriedad con el Pbro. Pedro Rota (Lu, Italia, 1861- Lisboa, Portugal, 1931), quien se destacó como director del Coro “Santa Cecilia” que fundara en Las Piedras en 1894, al frente del cual alternaba un “impecable” gregoriano, según consta en las crónicas (8), con obras del repertorio clásico y polifónico(9).

El Pbro. Rota fue un gran difusor del canto gregoriano
restaurado por los monjes de Solesmes.
Había sido enviado por el mismísimo Don Bosco al Uruguay.

Asimismo, con el Pbro. Pedro Ochoa (Yurreta, España, 1886-Montevideo, 1942), pedagogo del canto gregoriano, eximio organista y liturgista, todo lo cual le llevó a presidir la Comisión de Música Sacra de la Arquidiócesis de Montevideo, y a tener entre sus alumnos a personalidades insignes, como el compositor Carlos Estrada (10). O el Pbro. Juan Ortega (Paysandú, 1879- Montevideo, 1961), también salesiano y quien seguramente pueda presentarse como el primer gregorianista uruguayo con estudios de especialización, realizados tras doctorarse en Filosofía y Teología en la Universidad Gregoriana de Roma.

El Pbro. Ochoa, también salesiano, destacó por su celo y
profundos conocimientos sobre el gregoriano
y la música lítúrgica en general.

Abocadas en poner en práctica las directivas litúrgicas comprendidas en el motu proprio Tra le sollecitudini (22/11/1903) de Pío X, en lo concerniente al cuidado y preeminencia del repertorio gregoriano por sobre los demás, en las diócesis uruguayas, parroquias, institutos de formación y comunidades religiosas, se practicaba el gregoriano según el “método de Solesmes”, y el famoso Liber Usualis de dom André Mocquereau –compendio de las piezas para las misas y los oficios, con el agregado de un método para su ejecución- era insustituible vademécum para el conocimiento de estas melodías, a partir de las versiones restituidas.

Este movimiento litúrgico, se vio también favorecido por la fundación en 1914 de la Abadía de San Benito de Buenos Aires, por monjes de la Abadía de Santo Domingo de Silos (España). En efecto, el propio I Abad del monasterio porteño, don Andrés Azcárate (Aibar, España, 1891-Leyre, España, 1981), a más de promover la práctica esmerada del canto gregoriano en esa comunidad monástica, propició el dictado de innumerables sesiones y cursos, la creación de coros y la publicación de revistas y subsidios, siendo autor él mismo de obras como Rudimentos de canto gregoriano, y sobre todo La flor de la Liturgia, aparecidas en Buenos Aires en 1932, que ganaron  amplia difusión en el Río de la Plata y toda Hispanoamérica.

La obra difusora del gregoriano realizada por los monjes benedictinos
de S. Benito de Buenos Aires (Argentina) bajo el impulso de
su I Abad don Andrés Azcárate alcanzó pronto la costa oriental del Uruguay.

Desde luego, el gregoriano no fue siempre, necesariamente, la música de uso en el culto católico uruguayo. Una exhortación del II Arzobispo de Montevideo en 1940, ya clamaba por un respeto a esta tradición musical, arguyendo lo establecido sobre este importante asunto por la Santa Sede, a lo cual no se le consideraba sino tangencialmente. Dice a este respecto, Juan Francisco Aragone: “Instamos a todos, clero y fieles, particularmente a los más interesados por su oficio, Párrocos, Rectores, Capellanes, Maestros y Maestras de Coros, Organistas y Cantores, a que se pongan seriamente, una vez por todas, a conocer y cumplir leyes tan necesarias para el decoro de las sagradas funciones, desterrando, total y radicalmente, los abusos que aún quedan. (...) Nadie pues, en adelante, quiera menoscabar con músicas profanas de canto o de órgano, la santidad de las funciones eclesiásticas del Culto”(11), prescribiendo a continuación el uso del canto gregoriano restaurado a partir de los estudios solesmenses, que recoge la edición Vaticana.

Cabría citar de este período, por su labor en torno a este género vocal religioso, al Pbro. Antonio W. Tonnet (Durem, Alemania, 1908 – La Floresta, Uruguay, 1967), director de coros, organista de la Catedral Metropolitana de Montevideo, y también Presidente de la Comisión Arquidiocesana de Música Sacra; y particularmente a Alberto González (Montevideo, 1903-1978), fundador y director de la “Polifónica Don Bosco”, de destacada trayectoria en el medio local (12).

Alberto González ("Gonzalito"), desarrolló por décadas una
labor encomiable en la iglesia de los Talleres Don Bosco.

LOS AÑOS POST-CONCILIARES

La experiencia más reciente es necesario rastrearla a partir del Concilio Vaticano II el cual, con  la admisión de las lenguas nacionales en la Liturgia romana, precipitó la sustitución de las piezas gregorianas por otras provenientes de repertorios de origen  y calidad muy variados, tanto del cantoral hispánico como del latinoamericano, personalizado por su fuerte acento folklórico. La definición de “canto propio de la liturgia romana” al que “hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas” (13), no tuvo en estas tierras su reflejo en la práctica, en paulatino retroceso, y reducida a la de algunas comunidades religiosas.

Pese a esta nueva situación, por su valor autonómico del fenómeno religioso que es, sin embargo, su origen y objeto, la enseñanza de la disciplina gregoriana se vio luego favorecida, al crearse la Cátedra de Canto gregoriano en la Escuela de Música de la Universidad de la República, desde 1980 a cargo del Pbro. Raúl Patri (Varese, Italia, 1923-Montevideo, 2000), sacerdote jesuita formado en el Pontificio Istituto di Musica Sacra de Roma, liturgista y fundador en sus últimos años del Coro “Neuma”.

El sacerdote jesuíta Raúl Patri se había formado en Roma
con Dom Eugène Cardine, padre de la semiología gregoriana.

No fue un hecho aislado, ya que pocos años después, Eugenio Garateguy (Trinidad, Uruguay, 1919-Montevideo, 1990), alumno de la Kirchemusikschule de Regensburg (Alemania), inició el dictado de cursos  de canto gregoriano que luego dieron lugar a incipientes organizaciones corales, bajo su dirección (14). Entre ellas, el Coro “San Gregorio Magno” fundado en 1987 que, aunque de vida breve, volvió a hacer resonar el canto gregoriano en los templos, e incluso en  los salones de las  instituciones católicas de la capital uruguaya.

Eugenio Garateguy es autor de Nociones elementales de Canto gregoriano -
Teoría y práctica (Palacio de la Música, Montevideo, 1983),
marco teórico de sus cursos y sus coros.

Este renovado interés por el canto gregoriano, encontró su cenit cuando el boom mundial suscitado por la aparición de las exitosas placas discográficas del coro de monjes de la Abadía de Santo Domingo de Silos en 1994. Eco local de ello, fue la Schola Cantorum del Juventus, conducida por Dante Magnone Falleri (Rivera, 1916-Montevideo, 1997), que no logró los resultados deseados de continuidad y repertorio.

En cambio, la Schola Cantorum de Montevideo, fundada en 1988 por Enrique Merello Guilleminot, ha podido lograr permanencia y convocatoria. La Schola Cantorum organiza desde sus mismos orígenes, cursos y seminarios de introducción al estudio del canto gregoriano, orientando su actividad al área divulgativa a través de recitales y participaciones en diversos eventos, y al área litúrgica, mediante celebraciones religiosas, misas u oficios como el de vísperas y completas, promoviendo asimismo publicaciones sobre la especialidad, charlas, disertaciones, y programas radiales, labor mutimediática que le ha valido reconocimiento incluso fuera de fronteras.

La Schola Cantorum desarrolló una intensa actividad litúrgica y de conciertos,
sobre todo en la última década del siglo XX y principios del actual. 

 Tras la consideración de lo anteriormente dicho, no resultaría aventurado pues, hacer referencia a la existencia en el Uruguay, y particularmente en Montevideo, de una plaza gregoriana; el interés por esta disciplina musical que se vincula con la religión de los fundadores de la nacionalidad oriental, y una relación de continuidad en la actividad, confirma lo dicho, haciendo vivo este género vocal, que a la sombra de aquel papa monje de la alta Edad Media, es cumbre y monumento del arte de los sonidos.
Enrique MERELLO GUILLEMINOT



(1) Cf. J. SALLUSTI, Storia, Roma, 1827, Libro Cuarto, Cap. IV, p. 152, citado por G. FURLONG CARDIFF, La Misión Muzi en Montevideo (1824-1825), “Revista del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay”, t. XIII, 1937, p. 253.
(2) Los folios que se han localizado, todos ellos en excelente estado de conservación,  permanecen diseminados en bibliotecas privadas.
(3)  Es el tema que desarrolla en la actualidad el autor del presente texto para su tesis doctoral.
(4) Aparecida en 1614-1615, bajo el patrocinio del Cardenal de Médicis, esta edición presenta un  gregoriano “arreglado” según los dictados de la época. Fue tenida como fuente por largos años, y hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX.
(5) Nos. de inventario 160 y 167, según el Catálogo de Lauro Ayestarán.
(6) Cf. L. AYESTARÁN, La Música en el Uruguay, SODRE, 1953, p. 128.
(7) Fundado en el 1010, y restaurado por dom Prosper Guéranger en 1833, este monasterio benedictino constituye el centro de la restauración gregoriana, en virtud a los trabajos que sobre estas melodías realizan desde el entonces sus monjes, directamente sobre los manuscritos medioevales que las atesoran.
(8) Cf. “Boletín Salesiano”, Marzo/1900, citado en “Anales Salesianos Uruguayos (1895-1923)”, al cuidado de J. E. BELZA, t. I, 1976, p. 239.
(9) Asimismo incursionó en la composición, siendo autor de una Misa de Requiem publicada en Montevideo en 1896, a la memoria de Mons. Luis Lasagna, que cosechó elogios de crítica cuando su estreno.
(10) En las obras de Estrada, de estilo claro y formas felizmente acabadas, se descubre un sólido conocimiento de la armonía modal.
(11) Cf. Carta Pastoral Sobre música sagrada (12 de agosto de 1940).
(12) Si bien dedicó sus mayores esfuerzos a la actividad polifónica, este otro discípulo de Ochoa es autor asimismo de composiciones religiosas, entre las cuales el conocido himno Estrella del Alba con letra del Pbro. Arturo Mossman Gros, compuesto sobre el aleluya gregoriano de las Vísperas del Sábado Santo. A. González fue laureado tanto en Uruguay como fuera del país, recibiendo en 1962 la condecoración “Pro Ecclesia  et Pontifice.
(13) Cf. Constitución Sacrosanctum Concilium, 116 (4/12/1963).
(14) Luego de una vida de servicio en el orden sacerdotal, Eugenio Garateguy se dedicó últimamente a la pedagogía del canto gregoriano, mediante cursos auspiciados por entidades privadas como públicas. Este es el caso del que ofreciera en 1984, con los auspicios del Ministerio de Educación y Cultura.